jueves, 27 de marzo de 2008

Agüero le dio vida a la Selección.

Tuvo una sólida actuación en la victoria (2 a 0) ante Egipto. Hizo un golazo cuando peor la pasaba Argentina y además fue el más desequilibrante. Sobre el final, Burdisso aumentó con un cabezazo de emboquillada. El equipo de Basile, sin Riquelme, ganó bien, pero estuvo lejos de lucir. Jugaron en El Cairo.



De entrada, nomás, cuando el partido todavía se estaba armando, Argentina dio señales de vida. En una salida rápida, con todo Egipto mal parado, Lucho González apareció sorpresivamente por el callón del ocho y, ya adentro del área, sacó un derechazo cruzado bajo que Cruz vio pasar sin poder pellizcarla.

Más allá de esa jugada puntual, la Selección salió decidida a tomar el control del juego. Heinze, por ejemplo, era salida constante por el lateral izquierdo, donde sus proyecciones ayudaban para fabricar espacios en campo rival. Porque los rivales, como se veían obligados a ir a buscarlo, dejaban huecos en el medio, que aprovechaban tanto Cruz como Agüero, quienes se movían sin freno en todo el frente de ataque.

También lo tuvo Burdisso, cuando se jugaban 9 minutos del primer tiempo. Esta vez llegó de pelota parada. De un córner que vino desde la derecha. El ex Boca se elevó en el punto del penal y metió un frentazo potente, bien direccionado, que le hizo sombra al travesaño.

¿Egipto? En los primeros minutos se paró muy atrás, con la idea de tratar de salir rápido por los costados. Lo consiguió poco, en realidad, sólo cuando se juntaban Emad Moteab y Mohamed Zidan. También lo tuvo Maxi Rodríguez, en otra fallida salida de la defensa local. El volante fue a saltarle una pelota al arquero y sacó un cabezazo extraño, de abajo hacia arriba, de enboquillada, que casi se estaciona en la red.

A medida que fueron pasando los minutos, Egipto se paró mejor. Dio diez metros hacia delante para ahogarle la salida a los volantes. El que peor la pasó en el final de la etapa fue Mascherano, quien de tanto ir hacia un sector y otro, se expuso a sucesivas faltas. Conclusión: los egipcios empezaron a soltarse, a partir del buen uso que le dieron a la pelota parada.

Igual, no hubo un dominador absoluto. Argentina insinuó mucho de entrada, pero le faltó acelerar. Lucho González, en el papel de Riquelme, pidió siempre la pelota y de sus pases nacieron los mejores intentos. El problema fundamental estuvo en la recepción. Maxi se mostraba por la derecha, es cierto, aunque quedaba a mitad de camino entre la contención y el ataque. Ni chicha ni limonada. ¿Cruz? Jugaba lejos del área para arrastrar la marca, mientras que Agüero, pese a que ofreció su habilidad, no encontró espacios entre quienes lo marcaban. Para colmo, el factor sorpresa no fue una de las virtudes del equipo de Basile.

El partido, en sí, lejos estuvo de gustar. Amagaba con encenderse y enseguida entraba en estado alfa. Indudablemente, Argentina (o Basile, mejor dicho) no dio en la tecla con el esquema. El doble cinco con Mascherano y Gago, puso un abrupto freno en el paso del mediocampo al ataque. Entonces, las pocas situaciones que aparecían se limitaban a intentos individuales, de uno y otro lado. Como esa kilométrica corrida del Kun Agüero, quien piso el área y metió freno descomunal que hizo pasar de largo al defensor. Lástima que hizo un nuevo enganche y ahí la perdió, justo cuando se relamía de cara al arco.

Egipto tuvo las llegadas más claras en el segundo tiempo. ¿Argentina? No dio señales de vida. Cada uno hacía la suya, en soledad y sin espacio para el juego colectivo.

Zidan, el peligroso delantero local, la acomodó abajo y casi lo gritan desde las cuatro tribunas. Hasta que el Kun Agüero, siempre bien parado, se llevó puesto al marcador con un pique demoledor. Levantó la vista y de primera se la cruzó, alta y esquinada, a un arquero que nada pudo hacer.

Ahí Argentina se tranquilizó. Puso el sillón en el living y la heladera en la cocina. Egipto, en cambio, se quedó sin piernas. Ya de última, vino un centro cruzado y Burdisso (colaboración mediante del arquero) metió un cabezazo de emboquillada que cayó del cielo adentro del arco.

Victoria de Argentina. De esas que no se discuten, pero tampoco se aplauden a rabiar.

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