
Estamos de acuerdo: Panamá es un fiel exponente de la periferia del fútbol y ante su primera incursión en el escenario grande, las luces del centro iluminaron sus falencias, sus limitaciones técnicas y los problemas serios de funcionamiento colectivo. Pero esta victoria amplia, generosa y lucida, encierra un mérito y un valor que se coloca muy por encima de la categoría del rival. El equipo necesitaba encontrar respuestas que le devolvieran la confianza. República Checa fue un rival que sembró el germen de las dudas, y la supuesta capacidad ofensiva del equipo se vio seriamente opacada después de 22 llegadas y ningún gol. La ansiedad, y una tendencia inocultable de resolver a partir de individualismos explican en gran parte el cero ante los checos.
Por eso, fue muy importante que los chicos compartieran la pelota como el mate en la ronda del vestuario. De mano en mano (de pies a pies), el balón pasó a ser el centro de la fiesta. La primera jugada (sombrero y disparo de Agüero) fue, paradójicamente, la única vez que un delantero resolvió por las suyas. En las demás jugadas, el pase desprendido fue un patrón que se repitió en defensores y volantes, en delanteros y en goleadores. La velocidad y la precisión llegaron a tiempo a la cita, y la goleada se edificó así, sin pausas, con jugadas vistosas que motivaron una celebración esperada, que incluyó abrazos y saludos efusivos de titulares y suplentes. Tan necesaria era esta catarata de fútbol.
Panamá paró un 5-4-1 que resistió los primeros nervios de los chicos argentinos, y no mucho más. El fondo, para colmo, defendió en línea, y el lateral izquierdo fue blanco de todos los ataques, y hay que decir que no paró ni al árbitro asistente... Los cuatro goles en seis minutos son un nuevo récord (el anterior, tres goles en siete, era de la Selección de Maradona y Ramón Díaz, contra Indonesia) y aquí sí fue necesaria cierta complicidad del rival. Aún así, Agüero tuvo gran visión para habilitar a Moralez en el primero; Sánchez desbordó y encontró a Zárate en el segundo; Piatti le entregó al Kun el tercero; el mismo Agüero, tras recibir de Banega, se lo sirvió a Moralez en el cuarto; Di María se la dio a Kun en el quinto y recibió gentilezas del delantero del Atlético de Madrid para que metiera el sexto. Así, los chicos encontraron su rumbo y un lenguaje que los identificará de aquí en adelante. Tomá y hacelo.
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