

Menos de un minuto se jugaba cuando Diego Milito entró al área muy cómodo. Con tiempo de acomodar su cuerpo, de levantar la vista y de elegir el palo. Pero antes de sacar el derechazo, un rival lo tocó inocentemente de atrás. El árbitro venía siguiendo la jugada muy de cerca y no dudó en cobrar penal. Tevez, muy relajado, le cambió el palo al arquero y con un toque suave anotó la diferencia.
Después de ese arranque letal, ¿quién apostaba un peso por la inmediata reacción de Argelia? Nadie, sinceramente. Pero de imprevistos (por suerte) se nutre el fútbol. Pase y vea uno. Más por obligación que por convicción, los jugadores de Argelia se fueron para adelante. Y de un corner que cayó desde la derecha llegó el impensado empate. La pelota se fue cerrando de a poco y Yahia la peinó en el primer palo. Nadie lo marcó y Abbondanzieri quedó impotente a mitad de camino.
Nadie, pero nadie en serio, podía creer lo que estaba viendo. Porque Argentina, que salió a florearse ante un rival inferior, de golpe quedó atrapado de sus propios nervios. Abusó de los pelotazos y no sabía cómo hacer para entrar. Zanetti por la derecha era más voluntad que otra cosa. Por momentos iba tan rápido que daba la sensación de correr delante de la pelota. ¿La pausa? Bien, gracias. Tampoco Cambiasso era la solución para generar juego de tres cuartos de cancha hacia delante. Mucho menos Mascherano. ¿Messi? Revoloteaba por todos lados y no encontraba su lugar. Muy lejos de ellos, Tevez y Diego Milito, rotaban con un único fin: fabricar espacios. Tampoco encontraban la llave para abrir un partido que imprevistamente se planteó lejos de la lógica futbolera.
A partir de ahí y hasta el final del primer tiempo, se vio lo peor del equipo en estos seis partidos del ciclo de Basile al frente de la Selección. Imprecisiones al por mayor, poca creatividad y, para colmo, una suma interminable de distracciones defensivas.
Para ponerle un cierre patético al primer tiempo, casi cuando los dos equipos se preparaban para irse al entretiempo, llegó una pelota cruzada de derecha a izquierda, otra vez dudaron los centrales y Abbondanzieri, casi en un calco del primer gol, quedó sin respuestas mirando cómo la pelota se le metía en el segundo palo.
Previsible: Argentina salió a quemar las naves en el segundo tiempo. Con Mascherano y Lucho González en cancha, se paró 15 metros más adelante y desde ahí trató de no dejar salir al rival. Lo logró, pero a la vez se expuso a las contra del pelado Daham Noureddine, un delantero que sabe con la pelota en los pies.
Igual, en un abrir y cerrar de ojos creó dos situaciones clarísimas. La primera cuando Lucho González la picó entre varias cabezas, con el arquero adelantado, y un defensor despejó como pudo. Enseguida, Messi pisó decidido la medialuna y sacó un latigazo de zurda, de arriba hacia abajo, que dio en el palo.
Era, a esa altura, otro equipo. El propio Messi, mucho más metido, se mandó por el callejón del 8 y su marcador, Medhi Meniri, lo levantó por el aire. Nuevo penal y Lio la tocó a un costado. No todo quedó ahí, ya que Zanetti se sacó la marca de encima, despachó un centro al área y Cambiasso metió el frentazo alto.
Ahí otra fue la historia. Messi pasó a jugar de delantero y, por supuesto, lastimó. No extrañó que Lio definiera, como sólo él sabe hacerlo, sobre la salida del arquero. Pero otro nubarrón se cruzó en el área argentina. Increíblemente, una nueva pelota cruzada, sin destino fijo, los defensores dudaron y también dudó Abbondanzieri. Conclusión: sacudió la red.
Fueron dos equipos, en definitiva. El que hizo sufrir por sus errores infantiles atrás. Y el otro, con Messi a la cabeza, el que reflejó el sentimiento más puro del fútbol argentino, más allá del rival de turno. ¿Cuál de los dos es el que se acerca a la realidad? El tiempo lo dirá.
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